La Sombra Fuera del Cuerpo

Sole Zeta
6 min readOct 11, 2021

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Hace una semana publiqué una nota realizando una lectura queer de algunas obras de H.P. Lovecraft, enfocándome en como las amistades entre varones pueden ser leídas en clave homoerótica. Sin embargo creo que apenas estamos corriendo el velo sobre este subtexto. Si escarbamos un poco más, podemos encontrar otra clase de inquietudes queer: en este caso, las que atraviesan el cuerpo.

Lovecraft se repetía constantemente. No es raro, teniendo en cuenta que vivía de lo que publicaba en revistas, y es difícil no repetirte cuando estás escupiendo varios cuentos por mes. Por eso no es extraño que muchos temas se repitan constantemente. En el caso de La Sombra Fuera del Tiempo (cuyo título también fue traducido como En La Noche de Los Tiempos y La Sombra de Otro Tiempo), todo el segmento final de exploración de una zona desierta para encontrar una ciudad perdida de una civilización pre-humana recuerda a la que tal vez sea la mejor obra del autor, En Las Montañas de la Locura, o incluso a cuentos como La Ciudad Sin Nombre.

Sin embargo, lo que es realmente único de La Sombra Fuera del Tiempo es su planteo. La novela comienza con el relato de su narrador y protagonista, el profesor Nathaniel Wingate Peaslee, docente de la Universidad de Miskatonic. Peaslee comenta un episodio personal que aparentemente fue caso de estudio de la investigación psicológica: de un momento a otro sufrió una amnesia total. Y de hecho en el original más de una vez usa la expresión queer amnesia

Perdón, pero tengo que abrir una tangente necesaria. QUEER. ¿Qué quería decir Lovecraft al usar esa palabra? Para quienes no están informades, la palabra inglesa “queer” pasó de significar “raro o inusual”, a ser un insulto dirigido a personas homosexuales, y al día de hoy a ser un término muchas veces reclamado por el propio colectivo LGBT.

La pregunta sería, dada esa mutación de sentido, CUÁL es el que le daba Lovecraft. Así que hice una breve investigación de en qué momento se produjo el primer cambio de sentido, y me encontré con que el primer uso registrado es nada menos que del juicio a Oscar Wilde, del que ya escribí en la nota anterior. Más específicamente, de una carta del padre del mencionado Lord Douglas, el amante de Wilde que creó la frase “El amor que no se debe nombrar”. En esta nota de los National Archives británicos mencionan que ya estaría en uso común hacia 1914, e incluyen ejemplos como esta carta de 1935, el año de publicación de La Sombra Fuera del Tiempo.

Al mismo tiempo, Lovecraft era un sabido reaccionario aún a nivel estético, y sus textos están repletos de arcaísmos. No podemos saber en qué sentido estaba usando la palabra, pero en última instancia: pudiendo haber elegido palabras como odd, weird, bizarre, uncanny, outlandish o unearthly para decir “raro”, eligió la única que tenía una connotación de disidencia sexual.

Volviendo al relato, Peaslee sufre de queer amnesia. Súbitamente, de un momento a otro, el profesor pierde el control de su cuerpo y de su mente:

La cosa me ocurrió a eso de las diez y veinte de la mañana, mientras dictaba una clase de historia y tendencias actuales de la economía política ante numerosos alumnos de tercer año y unos pocos de segundo. Empecé por ver extrañas formas danzantes y a sentir que me encontraba en una habitación desconocida que no era el aula de la Universidad.
Mis pensamientos y discurso se desviaron del tema, y los estudiantes comprendieron que algo grave me ocurría. Entonces, sentado donde estaba, me sumí en un estupor del que nadie podría sacarme. Pasaron cinco años, cuatro meses y trece días, antes de recobrar el uso de mis facultades.
(…)
A las tres de la madrugada del día 15 de mayo, abrí los ojos y comencé a hablar; pero el médico y mi familia no tardaron en alarmarse vivamente por el cambio de mi expresión y mi lenguaje. Estaba claro que yo no recordaba mi identidad ni mi pasado, aunque por alguna razón, parecía como si yo pretendiera ocultar esta inmensa laguna de mi memoria. Mi mirada expresaba extrañeza al contemplar a las personas que me rodeaban, y mis músculos faciales ejecutaban gestos desconocidos por completo.

Leyendo estos párrafos no puedo evitar hacer la asociación: estas son experiencias que resuenan para quienes vivimos vidas trans. Sobre todo, de cómo nuestras familias nos ven: es como si súbitamente fuéramos otra persona, irreconocible. Y en algún punto es cierto: estamos mostrando una faceta que hasta ese momento era invisible… pero como el profesor Peaslee, también seguimos siendo la misma persona.

Incluso mi habla parecía torpe y extraña. Empleaba mis órganos vocales de modo torpe y vacilante, y mi dicción tenía un tono curioso, como si pronunciase trabajosamente un idioma aprendido en los libros. Mi acento era bárbaro, como el de un extranjero, y mi lenguaje abundaba en arcaísmos y expresiones gramaticalmente incomprensibles

Esta descripción del Peaslee amnésico reaprendiendo a hablar también es algo que resuena. Muchas personas trans, disconformes con su voz, hacen enormes esfuerzos por reaprender a usar su aparato fonador. (PRO TIP: En Argentina, gracias a la Ley de Identidad de Género, las obras sociales y prepagas están obligadas a cubrir al 100% las sesiones de fonoaudilogía para feminizar o masculinizar la voz. De nada). La experiencia dolorosa de los primeros balbuceos en un nuevo registro vocal es algo típico de historias de transición.

A raíz de este súbito y repentino cambio en Peaslee, es abandonado por su esposa y la mayor parte de su familia. Y el resto de la sociedad también lo rechaza:

No obstante, casi nadie me demostró simpatía o afecto. Había algo en mi aspecto y en mi manera de hablar, que suscitaba temor y aversión en aquellos con quienes me relacionaba. Era como si yo fuese un ser infinitamente alejado de todo lo equilibrado y normal.

¿Hay una experiencia más queer que el rechazo de afectos y familia?

Cinco años después del incidente original, Peaslee volvió a recuperar su personalidad original tan súbitamente como la había perdido. Y al describir sus sensaciones al reintegrarse al mundo, hay un par de líneas que podrían haber salido de cualquier discusión virtual de personas trans:

Y experimenté, también al principio, un sentimiento vago y profundo de inexplicable horror: consistía en una extraña aversión a contemplar mi propia figura, como si temiese que mis ojos fueran a descubrir algo ajeno e inconcebiblemente repugnante.

Cuando por fin me atrevía a mirarme, y percibía mi figura humana y familiar, sentía invariablemente un raro alivio. Pero para lograr ese descanso tenía que vencer primero un miedo infinito. Evitaba los espejos por sistema, y me afeitaba en la barbería

Distintas formas de rechazo al propio cuerpo son una parte central de muchas vivencias trans. En algunos casos se trata de repulsión ante características sexuales, y en otros es mucho más sutil. Puede ser incomodidad al tacto, o la incapacidad de reconocer el propio cuerpo como atractivo. Evitar los espejos o incluso las fotos es una reacción común.

Por supuesto, el motivo ostensible de esta despersonalización es un horror inimaginable: el protagonista fue poseído por La Gran Raza de Yith, unos seres extraterrestres que habitaron la tierra hace eones y tienen la capacidad de proyectar su conciencia a través del tiempo, intercambiando lugares con distintas personas. Pero las similitudes entre lo que describe Lovecraft y las vivencias trans son fuertísimas. De manera intencional o no, el autor logra acercar a un público lego lo que sentimos las personas trans sobre nuestro propio cuerpo y nuestra relación con el resto del universo.

En La Sombra Fuera del Tiempo Lovecraft rozó la idea del body horror, el propio cuerpo como algo monstruoso. Pero lejos de ser lo último que escribió al respecto, el descubrimiento de la propia monstruosidad fue la temática central de varias de sus obras. Pero eso es tema para otro texto (que espero sea la conclusión de esta serie).

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Sole Zeta

Chica no binaria twitteando desde la clandestinidad. Escribo cosas. Ideas y nerdaje.