BORGES: ¿Ha leído a Lovecraft?
BURGIN: No.
BORGES: Bueno, no debería.
La reacción de Borges a H.P. Lovecraft (a quien leía pero a la vez públicamente negaba, con quien comparte ejes temáticos pero también consideraba “un parodista involuntario de Poe”) habla de la trayectoria de su reconocimiento artístico. En vida, Lovecraft fue autor de ficción popular publicada mayormente en revistas baratas (las “pulps”). Hoy es un ícono de la cultura pop, y posiblemente el autor de terror más influyente de la primera mitad del siglo XX. Tiene sentido que para los mundillos literarios de mediados de siglo XX este autor fuera en el mejor de los casos un placer culposo.
A Lovecraft se le reconoce, sobre todo, haber popularizado la idea del “horror cósmico”: sus monstruos no vienen del folklore, la mitología o la religión, sino de otros planetas, dimensiones o incluso de otros tiempos. Y en algún punto son menos malevolentes que indiferentes: ante la inmensidad del cosmos, la humanidad es absolutamente impotente.
Eso y el racismo, por supuesto. Es imposible hacer una lectura de Lovecraft sin hablar de racismo. Sí, el autor era MUY racista, y no, no era “normal para la época”: su hostilidad hacia personas racializadas es sustancialmente mayor a la aceptada en su tiempo, permea por completo su obra, y no es algo fácilmente salvable. No es que su mirada sea solo “teñida por su privilegio” como en otros contemporáneos. Pero aunque no podía dejar de tocar el tema, este es un análisis que no me corresponde a mi, una persona más blanca que las salinas.
Lo que sí quiero tocar es el fuerte subtexto queer de muchas historias de Lovecraft. Tal vez suene extraño que se pueda hacer esta lectura de un autor abiertamente reaccionario, pero en sus obras hay un patrón profundamente desviado. Tal vez, porque como dijo el propio Lovecraft en El Modelo de Pickman, “En ocho de cada diez casas construídas antes de 1700, y sin tocar desde aquel tiempo, podría enseñarte algo insólito en el sótano.” O, en inglés original:
“I can shew you something queer in the cellar.”
¿Será que no sólo en la opinión de Borges sobre Lovecraft se conjugan el placer y la culpa?
Amor innombrable
A fines de siglo XIX, a raíz del juicio por sodomía a Oscar Wilde, se popularizó en inglés la expresión “The Love that dares not speak it’s name” (“El amor que no osa ser nombrado”) como eufemismo de homosexualidad, sobre todo masculina. La frase se origina en el último verso de “Two Loves”, poema de Lord Alfred Douglas, quien fuera amante de Wilde.
Si bien en la obra de Lovecraft no encontramos manifestaciones explícitas de sexo entre varones, sí hay varios hilos que nos llevan al “Amor que no debe ser nombrado”:
- La casi absoluta ausencia de personajes femeninos, dando lugar a intercambios casi exclusivamente homosociales
- La manifestación de afecto profundo entre varones, en general enmarcado en términos de admiración intelectual o artística
- La repetida insistencia en caracterizar a los horrores cósmicos del Mythos con palabras como “innombrable”, “innominable”, “incognoscible”, “inenarrable”.
El primero de estos elementos permea casi absolutamente la obra de Lovecraft. Muchas de sus obras (como En Las Montañas de la Locura o La Sombra Fuera del Tiempo) relatan expediciones compuestas enteramente por hombres para explorar ruinas antiguas o ciudades perdidas. Pero es cierto que en estas historias en general hay poco lugar para sentimientos más allá del asombro o el miedo. En general, las interacciones entre varones son sobre descubrimientos científicos extraños.
Pero hay un subgrupo de historias de Lovecraft en las que estos vínculos intelectuales son más que un intercambio de información, dando lugar a una profunda amistad masculina. Por ejemplo, en Lo Innombrable. En este cuento breve el narrador debate con su amigo Manton sobre la viabilidad de que algo sea efectivamente innombrable. Así, los personajes pasan incontables horas al sol en el prado DEBATIENDO SOBRE LENGUAJE y la posibilidad de que exista algo que no pueda ser nombrado. Cae la noche, y el narrador le relata a su amigo una historia basada en su investigación personal, que daría cuenta de la existencia de un ser efectivamente inenarrable e indescriptible. Mientras la charla prosigue, son atacados por la espalda por algo. Despiertan tiempo después en un hospital con heridas de diverso tipo. Manton le dice a los médicos que lo que los atacó fue un toro, pero al narrador le cuenta la verdad: que fueron víctimas de un horror efectivamente innombrable.
En este mismo sentido funciona un cuento que mencioné más arriba, El Modelo de Pickman. En este cuento el narrador relata su ruptura con Richard Upton Pickman, a quien describe como el pintor más talentoso de Boston. Sin embargo, Pickman ha sido rechazado por el establishment artístico de la ciudad (a quienes el narrador describe como “viejas quisquillosas” al enumerar sus nombres masculinos) debido a la temática macabra de sus cuadros.
El narrador relata que comenzó a visitar asíduamente a Pickman PARA HABLAR DE ARTE, POR SUPUESTO. En esas visitas dice haber visto sus bocetos, que hubieran provocado su expulsión del club de arte PORQUE ERAN DE TERROR. La relación floreció, y no puedo más que citar:
“La admiración por mi héroe, sumada al hecho de que la gente comenzaba a tener menos trato con él, le hizo comportarse de forma extremadamente confidencial conmigo; y una tarde me sugirió que si mantenía la boca cerrada y no me hacía el blandengue, me revelaría algo muy raro”
Pickman efectivamente lleva al narrador a una casa antigua que alquila, donde pinta y almacena todas las obras que no puede ni siquiera mostrar en su casa. Le cuenta que pinta en el sótano dónde hay un aljibe “misterioso” (sí, nuevamente en el inglés original la palabra que usa para describirlo es queer). Según el narrador, es evidente que en estos cuadros es en los que Pickman efectivamente se libera mostrando todo tipo de monstruosidades. El pintor lleva a su amigo a las profundidades de su sótano, donde se inspira en presencia de su aljibe queer. Sin embargo, tras volver a su casa (casualmente mencionando que Pickman lo dejó en la calle Joy, o Felicidad), descubre que una foto que se llevó del sótano demuestra que el monstruo tantas veces retratado por el pintor era real. En otras palabras, el narrador fue al sótano de Pickman a que este le muestre el monstruo. 100% no-homo, por supuesto.
No sólo en estos ejemplos encontramos subtexto desviado en Lovecraft. También por momentos encontramos posibles lecturas trans, y otras que atan nuestras vivencias queer con la monstruosidad. Pero como esta nota se está volviendo larga parece prudente emular a las pulps y dejar el desenlace para otra ocasión.
Si te quedaste con ganas de leer más artículos de este estilo, te recomiendo mis otras lecturas queer de cultura pop: