El lunes Mara Gomez se convirtió en la primera futbolista trans en disputar un partido oficial de primera división en Argentina. Desde acá alzamos la copa por ella y por su logro. ¡Felicitaciones, Mara!
Pero en los rincones rancios de Internet, en las secciones de comentarios de grandes medios, en los twits anónimos, no tardó en aparecer lo esperable: la acusación de que Mara tiene una ventaja injusta por su anatomía.
Llevo mucho tiempo pensando en estas cuestiones, porque me gustan los deportes y pensar más de lo razonable. Así que decidí armar este texto para ordenar mis pensamientos sueltos. Esto no es un manifiesto: si bien mi postura es clara, me parece que hay planteos interesantes y que merecen ser analizados. También recorté muchísimo de lo que tenía pensado escribir, porque este tema no sólo afecta a las realidades de personas trans, sino de todos los tipos de cuerpos no normativos: intersex, racializados, discapacitados, gordos… y también cuestiones de clase y nacionalidad. En este pequeño microcosmos se entrecruzan invisiblemente una infinidad de sistemas de opresión. El potencial para equivocarme es enorme, así que pido disculpas de antemano por posibles errores. Juro que la intención fue la mejor, traten de ayudarme a mejorar.
Nota preliminar: los cuerpos no son identidades.
En este texto vamos a hablar sobre cuerpos. Y el deporte asume que existen básicamente dos tipos de cuerpos, que llamaremos fenotípicamente masculinos y femeninos. “Hombre” y “mujer” son identidades (de entre otras posibles), pero al hablar de competencias físicas nos importan más los cuerpos que las subjetividades.
A grosso modo, los cuerpos fenotípicamente masculinos son más grandes, segregan más testosterona, y en consecuencia tienen mayor proporción de masa muscular. Los cuerpos fenotípicamente femeninos, en cambio, tienen un equilibrio hormonal que favorece el estrógeno, lo que produce que tengan mayor proporción de grasa corporal, y tienden a ser más pequeños.
Hecho este breve racconto de la lógica tradicional, hay que hacer varias aclaraciones. En primer lugar, esta división no tiene en cuenta las realidades de cuerpos que escapan a ese binarismo. Por ejemplo, los cuerpos intersex, que no son clasificables dentro de esos dos esquemas. También muchos cuerpos trans, que gracias a distintas intervenciones médicas (como la terapia hormonal y las cirugías) también expresan características de ambos conjuntos.
En segundo lugar, y aunque parezca obvio, hay que aclarar que hay más diversidad corporal DENTRO de cada grupo que ENTRE ambos. Como estamos analizando casos de deportistas de alto rendimiento, esas diferencias van a parecer mucho más dramáticas de lo que realmente son, pero hay que tener en cuenta que estamos mirando a un extremo muy pequeño de la performance física humana.
¿Por qué están segregados los deportes?
La visión tradicional de la separación de equipos en masculinos y femeninos es que tiene que ver con una ventaja física inherente de los cuerpos fenotípicamente masculinos en la mayoría de las disciplinas atléticas. Separar las competencias sería una manera de que la competencia sea “justa”
Pero un análisis a la historia de las competencias deportivas revelará que el verdadero motivo de la segregación no es el “fair play”… sino el patriarcado.
La humanidad ha practicado deportes desde hace milenios, pero nuestra organización moderna de los deportes, con federaciones, competencias internacionales y demás parafernalia, surge principalmente del sistema educativo británico del siglo XIX. Para dar el ejemplo más visible, el Barón Pierre de Coubertin, “padre” de los Juegos Olímpicos modernos, fue producto de ese sistema.
En el siglo XIX la educación formal de excelencia era un patrimonio exclusivamente masculino. Las grandes academias que dieron origen al sistema de competencias deportivas eran exclusivas para varones, y los clubes que estos fundaron al egresar eran sólo para caballeros: varones de la aristocracia blanca europea.
En los primeros Juegos Olímpicos modernos, realizados en Atenas en 1896, no había categorías femeninas. Todos los deportistas eran hombres. Cuatro años después, en los juegos de Paris, se incorporaron categorías femeninas en tenis, croquet (!), vela, golf y deportes ecuestres. En años subsiguientes esa participación se fue ampliando, pero hasta nuestro siglo siguieron habiendo actividades vedadas. Notoriamente, hasta la década de 1980 la maratón seguía siendo una actividad puramente masculina, por ejemplo.
Establecido esto, sigamos analizando el argumento…
¿Existe una ventaja para los cuerpos fenotípicamente masculinos?
Muchas veces, desde las organizaciones que defienden la participación de mujeres trans en equipos femeninos, se argumenta que una eventual ventaja comparativa para las deportistas trans sería irrelevante, porque un deporte de equipo como el fútbol depende más de factores como la destreza y la táctica que del potencial físico bruto. Sin embargo, está bueno analizar qué pasa en algunos deportes que sí son pruebas físicas antes que juegos.
Empecemos por dos vedettes del atletismo: en los 100m el récord mundial masculino es de Usain Bolt, con 9,58 segundos. Desde 1980 el oro olímpico nunca estuvo para un tiempo mayor a 10 segundos. Entre mujeres, en cambio, esa marca sigue invicta: el récord histórico es de Florence Griffith Joyner, con 10,49 segundos, alcanzado en 1988.
En el otro extremo de distancia, la maratón. El récord masculino es del keniata Eliud Kipchoge, con poco más de dos horas y un minuto. En años recientes, los tiempos para medallistas olímpicos están entre dos horas y dos horas diez minutos. Entre mujeres, en cambio, la mejor marca histórica es de Brigid Kosgei, también keniata, con dos horas, catorce minutos y cuatro segundos.
Si vamos a comparar fuerza, miremos los récords de levantamiento de pesas olímpico. En el mundial de 2019 el georgiano Lasha Talakhadze levantó un peso total (entre los dos ejercicios) de 464 kilogramos. En el mismo campeonato, la china Li Wenwen levantó un total de 332 kilos. Ambas son las mejores marcas mundiales en las respectivas categorías libres (y ya volveremos sobre ese detalle).
Podría seguir buscando ejemplos, pero para mi ya está claro que si, al menos en los niveles más altos de competencia, los cuerpos fenotípicamente masculinos tienen una ventaja en fuerza, velocidad y resistencia, podríamos hablar de una ventaja competitiva general.
Ahora, ¿es esta ventaja una ventaja injusta? ¿Qué es una competencia justa?
El ideal amateur en el deporte
Volviendo al deporte de caballeros en el siglo XIX, algo que ha sido casi totalmente abandonado es el ideal del amateurismo. Durante décadas siguió siendo lo que marcaba la diferencia en el deporte olímpico, pero a partir de la admisión de boxeadores profesionales en la competencia olímpica en 2016 no queda ningún deporte en el que el amateurismo sea un requisito.
Pero el amateurismo victoriano era más que sencillamente “no cobrar” por desempeñar una actividad deportiva. Tiene que ver con la concepción de “actividad de caballeros”: un caballero vive de rentas y desarrolla diversas actividades de esparcimiento, no se especializa. La victoria debía alcanzarse con sprezzatura, el esfuerzo no podía ser evidente. Entrenar era una manera de hacer trampa, una victoria alcanzada por la obsesión era una victoria indigna.
¿Si entrenar era inadmisible, casi podríamos decir que para ese ideal fundante, una ventaja biológica sería la única válida, no? Sea como sea, no existe ningún deportista de la actualidad que alcance el ideal original del deporte de caballeros. Hoy parecería primar un ideal meritocrático, según el cual los logros deportivos deberían celebrarse por ser fruto del esfuerzo y no por una ventaja inherente.
Tal vez el último reducto de ese amateurismo clasista en nuestro país sea el rugby, deporte en el que los clubes han dejado sin jugar a sus integrantes por recibir planes de apoyo a deportistas de alto rendimiento. Que el rugby acumule decenas de “casos aislados” de violencia clasista todos los años no debería sorprender a nadie.
Sobre las ventajas biológicas
En la secundaria yo tenía un compañero al que le decíamos Navarrito. Su apellido era Navarro (en realidad no, lo cambié, pero tiene una sonoridad parecida) y era fanático del basquet. No había un recreo que Navarrito no pasara tirando al aro. El problema es que, como su apodo indicaba, Navarrito era petiso. Mediría 1.50m. Toda su familia era de baja estatura, e incluso su padre era jockey. Por más esfuerzo que le pusiera, Navarrito no tenía muchas chances de prosperar en ese deporte.
Recordé esa historia hace unos días cuando se anunció el pase de Facundo Campazzo del Real Madrid a Denver Nuggets, equipo de la NBA. Una de las observaciones más comunes era que Campazzo es “petiso”. El basquetbolista mide 1,81 m. Yo mido un par de centímetros menos, y aún así a veces me golpeo contra los bordes de las puertas del subte porteño (sin usar tacos) y me resulta imposible sentarme en los vagones de mierda que compró el Gobierno de la Ciudad para la línea B porque mis rodillas sencillamente no entran. Nadie me acusaría de ser baja, pero Campazzo mide 20 cm menos que la media de la NBA.
Claramente ni Navarrito ni Campazzo eligieron ser más bajos que la media en su deporte favorito. La altura es un valor casi totalmente genético, y de hecho no es algo entrenable. Por lo tanto, parecería que la sola noción de que exista una ventaja genética no sería un impedimento para la competencia deportiva.
Hay, eso sí, un caso famoso de un deportista de élite que alteró su altura a través de procedimientos médicos. Hablo, por supuesto, de Lionel Messi, el mejor de todos los tiempos.Cuando Messi tenía once años medía apenas 1,32m, una altura que correspondería a un niño dos años menor. Lionel fue sometido a un tratamiento de reemplazo hormonal (tal como hacen muchas personas trans que quieren adecuar sus cuerpos a estándares cisnormados, vale decir) y gracias a eso hoy mide 1,70m.
¿Existe alguna manera de compensar las ventajas que dan las diferencias anatómicas? Algunos deportes, de hecho, ya lo hacen. Muchas disciplinas, sobre todo los deportes de combate, segregan a sus participantes por peso además de sexo. Podría argumentarse que, en muchos casos, esto se realiza por seguridad de los participantes: no sería razonable enfrentar a un boxeador minimosca de menos de 50 kilos con un pesado como Tyson Fury, de 115 kg.
Pero no sólo los deportes de combate segregan por peso: también lo hacen los de levantamiento de pesas, tanto la Halterofilia olímpica como el Powerlifting. Ahí no hay riesgo porque la competencia es estrictamente individual. Sin embargo, la segregación por peso permite a personas distintos tipos físicos participar en la misma disciplina.
¿Por qué, entonces, no encontramos una manera de ampliar este criterio a otros deportes que también están fuertemente condicionados por el biotipo? ¿Podríamos hacer lo propio con, por ejemplo, categorías de altura para el básquet? ¡Por supuesto que podríamos! Pero la realidad es que parece que a quienes regulan el deporte mundial no parece importarles demasiado si es justo un deporte que excluye a todas las personas de medida promedio.
Las zonas grises
Hasta ahora hablé de las ventajas comparativas entre distintos cuerpos que nítidamente se encuadran en el paradigma binarista en el que se organiza el deporte contemporáneo. ¿Pero qué hacemos con quienes están fuera de ese sistema, que habitan los espacios intermedios, sin terminar de pertenecer a uno u otro?
Como mencionamos al hablar de Messi, uno de los procedimientos médicos más comunes para personas trans es el tratamiento de reemplazo hormonal. Los varones y masculinidades trans suelen recibir suplementos de testosterona, mientras que las transfemineidades suelen administrarse estrógenos y antiandrógenos. Estas hormonas tienen como efecto producir cambios que alinean mejor el cuerpo de las personas trans con su género autopercibido. Dicho esto, no todas las personas trans se hormonan, y su validez como personas trans no depende de recibir este tratamiento (o ningún otro).
Al parecer, nadie objeta demasiado que las masculinidades trans compitan con varones cis en categorías masculinas. Y si bien todavía no han alcanzado la máxima competencia, existen varones trans en el fútbol argentino, siendo Marcos Rojo (no, no ESE Marcos Rojo) su exponente más visible. Bien por ellos.
La mayor resistencia se produce entre feminidades trans, a quienes se acusa de tener una ventaja debido a su cuerpo. Sin embargo, las personas bajo terapia hormonal de estrógeno suelen vivir una pérdida de fuerza: las hormonas “reescriben” los cuerpos, y más allá de producir efectos estéticos la composición corporal empieza a parecerse más a la de las mujeres cis: más grasa, menos músculo. Lo que no cambia es la estructura ósea: nadie pierde altura ni tamaño de los huesos por cambiar de régimen hormonal. Pero como dijimos en el título anterior, a nadie le estaría pareciendo tan grave esa diferencia que ya existe entre atletas cis.
Si hablamos de hormonas y rendimiento no podemos dejar de mencionar a Caster Semenya. Semenya es doble oro olímpico en los 800 metros llanos (Londres 2012 y Rio 2016), pero la Federación Internacional de Atletismo le impide seguir compitiendo en esas pruebas debido a su nivel natural de testosterona. La corredora, si bien nació con genitalidad femenina y se identifica como mujer, produce testosterona a un nivel comparable al de un cuerpo fenotípicamente masculino. Debido a esta condición intersex, la IAAF ha decidido que goza de una ventaja injusta frente a otras mujeres.
La solución que propone la IAAF es nada menos que exigirle a Semenya que se someta a tratamiento hormonal para que sus valores estén en niveles típicos de mujeres cis. Sin embargo, no parecen oponerse a que, por ejemplo, las mujeres con piernas más largas aprovechen esa ventaja tan innata y arbitraria como la de Semenya. La corredora decidió judicializar esta decisión, que ahora está en mano del Tribunal Europeo de Derechos Humanos.
Otro caso interesante de cuerpo no-normativo más allá de la variable género es el de Oscar Pistorius, también sudafricano. Pistorius fue el primer atleta con doble amputación de piernas en correr en unos Juegos Olímpicos (Londres 2012). Sin embargo, la IAAF le había prohibido participar con anterioridad debido a que consideraba que sus prótesis eran superiores a las piernas humanas. No deja de parecerme perverso que se permita a atletas con discapacidades participar en “igualdad de condiciones” contra deportistas sanos pero sólo si sus prótesis no son lo suficientemente buenas. La carrera atlética de Pistorius igualmente terminó poco tiempo después, tras ser condenado por el femicidio de su esposa.
Conclusión
Después de más de dos mil palabras, creo que podemos alcanzar ciertas conclusiones:
En primer lugar, es cierto que los cuerpos fenotípicamente masculinos presentan ciertas ventajas en los niveles más altos de competencia.
Pero esa ventaja no es mayor que la que representan otros factores que son tan igualmente arbitrarios como el fenotipo.
El deporte de alto rendimiento está plagado de arbitrariedades, y si bien existe en el imaginario la idea de que el triunfo es resultado del esfuerzo individual, lo cierto es que para llegar a los máximos niveles de competencia son necesarias también ventajas anatómicas.
Por otra parte, la actual organización de los deportes no deja lugar a quienes habitan cuerpos e identidades que no se alinean perfectamente con el sistema binario.
Y, el que creo que es el punto definitivo: a quienes acusan de ventajas competitivas indignas a personas trans o intersex no parece importarles ni un poco que existan otras ventajas tal vez incluso más determinantes.
Y creo que me quedo antes que nada con esto último: si habiendo múltiples ventajas genéticas igualmente innatas involuntarias pero vos elegís quejarte sólo si te permite castigar a un grupo históricamente vulnerado, tal vez lo que te mueve no es la justicia, sino el odio.