
“Los jóvenes de hoy no saben ni su género”. “Son una generación de copitos de nieve que quieren sentirse especiales”. “Están confundidos”.
Esas suelen ser posiciones comunes en el discurso de opinólogos conservadores y reaccionarios. Ven a nuestras identidades como algo generacional. Algo que inventamos ayer nomás.
Pero lo cierto es que siempre existimos. Desde antes de que existiera la escritura, hay registro de la existencia de personas cuya existencia hoy sería leída como trans. Pero si tu conocimiento de historia es solo el que recibiste en la escuela, es posible que no lo sepas. ¿Por qué? Porque nuestras vidas han sido sistemáticamente borradas de la historia. A veces con violencia física, a veces con ocultamiento, a veces con “interpretaciones”. Pero siempre existimos, y vamos a hablar de eso.

La representación más antigua de actividad sexual es una serie de petroglifos encontrados en el desierto de Kangjiashimenji, en el norte de China. Se cree que tienen cerca de tres mil años. En ellos podemos ver lo que parece ser un ritual de la fertilidad, en los que se distinguen tres grupos de figuras. Por un lado figuras con falos erectos de tamaño exagerado. Por el otro, figuras con vulva, adornadas con una especie de tocado en la cabeza. Y también hay un tercer grupo, más chico, de figuras que tienen pene pero también tienen los mismos adornos en la cabeza que las figuras con vulva. Así que existimos hace miles de años.

En Europa, hace 5000 años, había una cultura que la arqueología llama “De la Cerámica Cordada” (por la forma de su alfarería) o “De los Entierros Individuales”. Este nombre se debe a que esa cultura fue la más antigua en enterrar a sus muertos en tumbas separadas. Y tenían una particularidad: tenían cementerios segregados por sexo. Los hombres se enterraban de un lado del cementerio, y en una posición particular, y las mujeres del otro, en otra posición. Y a cada persona la enterraban con objetos que representaban su rol en vida. En general, a los hombres los enterraban con hachas de piedra ceremoniales, y a las mujeres con piezas de cerámica o joyas. Bueno, hace unos años, en un yacimiento arqueológico cerca de Praga, en la República Checa, se encontró algo que llamó la atención: un esqueleto que fue identificado biológicamente como “masculino”… pero enterrado del lado de las mujeres, en posición femenina, y acompañado por piezas femeninas. De nuevo, siempre existimos.

Más acá en el tiempo, podemos encontrar rastros de cultura trans en muchísimas culturas clásicas. En el antiguo Egipto la faraona Hatshepsut se hacía representar con rasgos masculinos en sus esculturas. Cuando murió, su hijo y sucesor las destruyó casi todas. Algo similar sucedió con Akhenatón, un faraón cuya representación también era andrógina y cuya memoria también fue borrada por sus sucesores. En los últimos años algo que suele suceder en muchos museos del mundo que tienen momias egipcias es descubrir que la anatomía de la momia no coincide con la representación que hay en el sarcófago. Hay sarcófagos con forma femenina que contienen momias de “hombres” y vice versa. Hay varios casos documentados. Pero los investigadores suelen aducir que “se mezclaron los sarcófagos”, en vez de considerar seriamente que pertenezcan a una persona trans. También en la mitología egipcia hay representaciones que no encajan en una visión binaria del género, como la diosa Mut, que era representada con pene.

En la antigua Sumeria (actual Irak) hay testimonios de una casta sacerdotal llamada gala. Estas personas servían a la diosa Inanna y ocupaban roles tradicionalmente femeninos, pese a que la mayoría eran a la vez padres de familia. En esa misma región, pero unos siglos más tarde (más o menos en el año 700 AC) se extendía el imperio Asirio. Según el historiador griego Ctesias, que vivió más o menos en esa época, el último rey de los asirios fue Sardanápalo. Este historiador lo describe como un hombre que se vestía de mujer, era afeminado, se maquillaba, y realizaba grandes orgias tanto con hombres como con mujeres. Pero la historiografía moderna ha decidido que Sardanápalo era un invento de Ctesias, porque aparentemente el último rey de Asiria fue un estadista brillante. Y parece que ser brillante es incompatible con desafiar los mandatos de género.

Ya que hablamos de griegos y brillantez, algo parecido pasa con Alejando Magno. Según el historiador Epihippos de Olinto, Alejandro tenía por costumbre disfrazarse de la diosa Artemisa ante sus súbditos conquistados en Persia. Pero una vez más, la historiografía interpreta que Epihippos miente: como Alejandro destruyó la ciudad de Olinto, Epihippos escribió “una calumnia”.
Y el Imperio Romano también tuvo su propia emperatriz trans. Se llamaba Heliogábalo, y había nacido en lo que hoy es Siria. Tras ascender al puesto de emperador, Heliogábalo se hizo infame por presentarse en público vestida de mujer, exigiendo ser llamada “Dama” o “Señora”, y haciendo grandes orgías con los soldados en el palacio. Hay testimonios de que ofrecía una fortuna a cualquier cirujano que pudiera darle una vagina. Por suerte para ella, teniendo en cuenta la inexistencia de anestesia y de antibióticos, nadie aceptó la oferta. Su reinado escandaloso la volvió impopular, y fue asesinada por Alejandro Severo, su primo. Tras su muerte se aplicó lo que los romanos llamaban “damnatio memoriae”, la condena a su nombre y su historia. Se destruyeron sus monumentos y todo registro de su reinado. Sólo sabemos de su existencia por testimonios escritos de sus contemporáneos.

Fuera de los palacios reales también existimos, aunque haya muy pocas historias personales cuyos registros hayan llegado a nuestros tiempos. Una de ellas es la de Megilo de Lesbos, que nos llega a través del escritor Luciano de Samosata. En sus Diálogos de las Cortesanas, una de éstas relata un encuentro sexual con Megilo:
Por fin Megila, que estaba ya muy caliente, se quitó la peluca de la cabeza (llevaba una peluca muy bien imitada y perfectamente ajustada) y apareció pelada al cero, afeitada como hacen los atletas muy viriles. Yo al verla me quedé turbada, pero ella me dijo: «¿Has visto alguna vez, Leena, a un muchacho tan hermoso?» «Yo no veo aquí a ningún joven, Megila», dije. «No me afemines -dijo-, pues yo me llamo Megilo y hace tiempo que me casé con Damonasa; es mi mujer.»
«¿Entonces tú, Megilo, nos has estado ocultando que eres un hombre, como dicen que Aquiles se ocultaba entre las doncellas, y tienes tu virilidad y te comportas como un hombre con Demonasa?» «Aquello no lo tengo, Leena -dijo-, pero no lo necesito en absoluto; tengo una manera muy propia y mucho más agradable de hacer el amor, como vas a ver.»
«No, Leena -respondió — , yo nací mujer igual que vosotras, pero mi pensamiento, mis deseos y todo lo demás lo tengo como un hombre.» «¿Y te basta con los deseos?», dije yo. «Si no te fías de mí, dame una oportunidad, Leena, y te darás cuenta de que no me falta nada de lo que tienen los hombres, pues tengo una cosa a cambio de su virilidad. Tú déjate hacer y lo verás.» Yo me dejé hacer, Clonarión, en vista de sus súplicas insistentes y de que me regaló un collar de mucho precio y finísima lencería. Luego yo la abra-cé como a un hombre y ella puso manos a la obra y me besaba y suspiraba y daba la impresión de que dis-frutaba de una manera exagerada
Como dije al principio: siempre existimos, pero nuestra existencia ha sido sistemáticamente invisibilizada. Y alo largo de la historia, hay dos maneras de borrado que se repiten. La primera es la destrucción de todo registro, como se hizo con Heliogábalo y Hatshepsut. La otra es la interpretación caprichosa: toda referencia a una conducta disidente es considerada sospechosa por la academia, como pasa con las historias de Sardanápalo, Alejandro Magno o las momias cuyo sexo no coincide con su sarcófago. Lo curioso es que esta exigencia sólo está cuando algo pone en riesgo el relato cispatriarcal. Por ejemplo, antes de que tuvieramos revelaciones sobre la anatomía de las momias a través de tomografías, nadie había ni considerado que el sarcófago podía ser el incorrecto. Pero cuando se encuentran genitales inesperados hay que salir corriendo a buscar una explicación.
Pero no son los únicos métodos de borrado. De hecho, el más común debe haber sido la violencia directa: A lo largo y ancho de la tierra, la colonización europea y cristiana se encargó de destruir innumerables culturas que tenían categorías de género no binarias, que son muchísimas. Y en Alemania, a principios de siglo XX había muchísima investigación en favor de las personas trans… pero todo eso fue destruído por el ascenso del nazismo.

Y sin embargo, a pesar de todo esto, aún existimos. Hemos sobrevivido a todos los intentos de borrado y aniquilación de la historia. Y por eso tenemos que conocer, preservar y difundir esta historia. Porque como dijo Rodolfo Walsh:
”Nuestras clases dominantes han procurado siempre que los trabajadores no tengan historia, no tengan doctrina, no tengan héroes y mártires. Cada lucha debe empezar de nuevo, separada de las luchas anteriores: la experiencia colectiva se pierde, las lecciones se olvidan. La historia parece así como propiedad privada cuyos dueños son los dueños de todas las otras cosas.”
Y es hora de que nosotres seamos dueñes, como mínimo, de nuestra propia historia.
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