Odio a la Feria del Libro

Sole Zeta
3 min readMay 1, 2022

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No fue hace tanto que Buenos Aires era la ciudad con más librerías por habitante del mundo. En ese momento había 734 locales dedicados a la venta de libros, una cada 4000 habitantes. Según el Sistema Informático Cultural de la Argentina en la CABA hay 615 librerías. El relevamiento es de 2018, con lo que es posible que la pandemia haya cerrado algunas más. Sin embargo, siguen siendo números más que abundantes — en 2015, en New York había apenas 9 librerías cada 100.000 habitantes. Y no sólo hay cantidad: tenemos una variedad enorme de librerías, entre cadenas enormes, pequeños emprendimientos, librerías de usados y de saldos y muchos locales especializados. Por no mencionar al Ateneo Grand Splendid, omnipresente en las listas de “librerías más hermosas del mundo” y similares.

Y sin embargo, una vez al año, a los porteños les gusta tomarse un subte atestado de gente, meterse en un espacio igual de colmado, pagar una entrada y hacer colas larguísimas… para comprar más o menos lo mismo que podrían haber comprado en cualquier momento, sin tanto escándalo.

La sostenida popularidad de la Feria del Libro de Buenos Aires es algo que me asombra hace años. Aclaro específicamente que hablo de la de Buenos Aires porque vivimos en un país con acceso a la cultura muy asimétrico: según el mismo relevamiento del Ministerio de Cultura que cité más arriba, en provincias como La Rioja, Formosa o Tierra del Fuego hay apenas 3 o 4 librerías, en general concentradas en las capitales provinciales. Las ferias locales son grandes oportunidades para acceder a títulos por fuera de los mayores éxitos editoriales.

Claro que la Feria no es sólo un espacio de venta de libros. Es cierto que hay actividades como charlas y firmas de libros. También hay de las otras — repasar el programa oficial es un hermoso catálogo de cringe. Es lo esperable, teniendo en cuenta la diversidad de la industria editorial local. Pero me atrevería a decir que el grueso del público de la feria mayormente asiste a comprar. Incluso en su discurso de inauguración de la actual edición Guillermo Saccomanno no se privó de remarcar esto: “Decir Feria implica decir comercio. Esta es una Feria de la industria y no de la cultura”. Y en general, la mayoría no compra nada que no pueda conseguirse afuera en cualquier momento. Recordemos que sobran librerías especializadas en los más diversos temas en Buenos Aires, y tras dos años de pandemia está aceitadísimo el mecanismo de compra online con entrega inmediata.

Tal vez la explicación de la asistencia a la Feria sea más metafísica que de frío cálculo económico. “El hombre porteño tiene una muchedumbre en el alma.” decía Scalabrini Ortiz. Yo iría más lejos aún: la Feria no es sólo una multitud, sino una peregrinación masiva. No se va a la Feria a comprar un libro, se va a hacer una profesión de fe. A expiar los pecados de todo el año, cuando postergamos lecturas “importantes” para seguir scrolleando Twitter. La masa humana no es un bug: es un feature, son testigos de nuestro acto de contrición.

Tal vez por eso, pese a mi resistencia a la Feria, cada tanto vuelvo a ir. Siempre hay algún buen motivo. A veces son actividades importantes, otras me tocó trabajar por un día ahí, y aún otras veces fue por mero gusto. De hecho, hasta mi adolescencia amaba ir. Y tal vez por eso es que algún día me encantaría presentar un libro en la Feria.

Si, soy contradictoria. Pero ténganme piedad. No tuve fiesta de 15, y me merezco alguna vez en la vida ser el centro de atención. En la escala de las hipocresías humanas, creo que la mía es relativamente nimia.

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Written by Sole Zeta

Chica no binaria twitteando desde la clandestinidad. Escribo cosas. Ideas y nerdaje.

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