
Una curiosidad que pensé que todxs aprendemos en la escuela primaria (pero que luego nadie recuerda) es que el Ombú no es, botánicamente hablando, un árbol. Si, tiene un enorme tronco, raíces que destruyen todo a su paso, y una frondosa sombra que es para el gaucho el único refugio del sol de verano que parte la tierra en la inmensidad de la Pampa. Pero, biológicamente, no es un árbol. Su tronco y sus ramas no son leñosos, sino húmedos. No es madera que pueda secarse y usarse para construir, ni siquiera para hacer fuego. Para la genética es más parecido a un pasto que a un verdadero árbol.

Sin embargo… ¿Lo tratamos como un pasto? Si contratamos un jardinero para que corte el pasto de nuestro jardín, ¿Querríamos que corte un ombú centenario? Por otra parte, si fuéramos a hacer un picnic en una plaza y estuviéramos a la búsqueda de sombra, ¿Nos importaría la clasificación botánica del ombú, o el hecho de que su copa nos da refugio?
Así como el ombú es una hierba, el tomate es (biológicamente hablando) una fruta. Al igual que la berenjena, el zapallito, el morrón, el zucchini o la calabaza, el tomate es la parte de la planta que contiene las semillas, surgida a partir de la fecundación de una flor.

Sin embargo, coloquialmente, a nadie se le ocurriría comparar un tomate con un durazno o una pera. Si bien biológicamente cumplen la misma función para sus respectivas plantas, entendemos que el tomate no es, por ejemplo, una inclusión válida en una ensalada de frutas. Generalmente lo clasificamos como una verdura o vegetal.
¿Y qué es una verdura entonces? Bueno, “verdura” no tiene significado biológico. La idea de “verdura” es una construcción social: es un término que usamos los seres humanos para referirnos a todas las comidas de origen vegetal que no consideramos “frutas”. Incluye diversas partes de plantas, como por ejemplo hojas (lechuga), tallos (apio), flores (coliflor), raíces (zanahoria)… e incluso “frutas” en su sentido estrictamente botánico. Sí, como el tomate. Por otra parte, si bien “fruta” como término de la botánica describe una parte de ciertas plantas (específicamente se trata del ovario fecundado de la flor, conteniendo semillas), el higo, el ananá y la frutilla son ampliamente considerados frutas pese a no serlo en sentido científico (son infrutescencias)

En fin, teniendo en cuenta estos significados contradictorios… ¿qué es realmente un tomate? ¿Cuál es su verdadera naturaleza?
En 1893 la Corte Suprema de EEUU falló al respecto en el caso Nix v. Hedden. Un empresario neoyorquino llamado John Nix creó una compañía importadora de verduras con su nombre en 1839 y pronto fue una de las principales proveedoras de su rubro en la ciudad. Todo transcurrió con tranquilidad hasta que en 1883 un cambio de legislación aduanera impuso un impuesto a la importación de verduras, pero no de frutas. Mr. Nix, ningún tonto, decidió demandar al recolector de impuestos argumentando que el tomate era en realidad una fruta, pidiendo devolución de los impuestos pagados por sus tomates.
El caso llegó a la Corte Suprema. El argumento de Mr. Nix era simple: todos los diccionarios definían “fruta” de manera tal que el tomate quedaría contenido en esa categoría. La Corte, por su parte, convocó a diversos expertos, incluídos algunos eximios verduleros de New York, para ver si el significado de “fruta” había cambiado en tiempos recientes.
Finalmente, tras darse tiempo para el debate, la Corte alcanzó un veredicto por unanimidad: si bien es verdad que técnicamente los tomates son una fruta, en la vida diaria se entiende que no lo son, sino que pertenecen a ese conjunto llamado “verduras” exclusivamente por el rol que cumplen en la nutrición humana. Si el tomate fuera generalmente comido como postre, sería una fruta, pero como se usa para preparaciones de plato principal… es una verdura.
Así que desde 1893, el gobierno estadounidense le reconoce al tomate su condición de verdura, más allá de su naturaleza biológica. Siglos después, millones de seres humanos siguen esperando el mismo trato.