
Lo que llamamos rosa olería tan dulcemente con cualquier otro nombre: igual Romeo, aunque no se llamase Romeo, conservaría la amada perfección que tiene sin ese título.
Para cierta militancia con afinidad por las palabras el lenguaje es un campo de batalla. A veces, es hacia afuera, cuando combatimos a las instituciones que pretenden regular como nos nombramos. Pero también a veces discutimos fuerte hacia adentro, por el uso de ciertas palabras que nos tocan una fibra sensible.
Esta vez le tocó a la palabra “paki” (o “paqui”, siguiendo su ortografía original). A grosso modo, hay dos campos en el debate: quienes defienden su uso tradicional para decir “heterosexual”, y una nueva tendencia a considerarla como algo más cercano a “heteronormade”. De esa manera, una persona podría ser heterosexual, pero a la vez no “paki”.
Y me parece que hay problemas con ambas definiciones.
Para simplificar, cuando hable de la definición histórica escribiré “paqui”, y cuando hable de la nueva acepción, “paki”.
Primer punto: mi intuición favorece las definiciones claras. Punto para “paqui”. Al fin y al cabo, ¿quién tendría la vara para medir si otra persona es heteronormada o no? ¿No sería aplicar un estándar terriblemente arbitrario? ¿Es menos paki un chabón que disfruta que le metan un dedo en el culo?
Pero creo que usar “paqui” como sinónimo de “heterosexual” tiene más problemas que los que resuelve.
En primer lugar, porque existen personas trans heterosexuales. Una mujer trans atraída por hombres no es gay. Un varón trans atraído por mujeres no es lesbiana. Entiendo que en la década de 1960 no había demasiada conciencia al respecto, pero hoy es una seria invalidación de identidades. Así que, como mínimo, reformulemos la definición como “heterocis”.
Pero el problema no se acaba allí: incluso entre personas que se piensan heterocis, hay quienes creo que sería injusto considerar “paquis”.
Por ejemplo, ya que hablamos de las personas trans heterosexuales: ¿qué pasa con sus vínculos? Si, objetivamente son heterosexuales, y no dejan de ser cis por sus parejas trans. ¿Pero cómo les percibe el mundo? ¿Cuántas veces escuchamos la historia de una trava cuyo amante no quiere ser visto en público con ella? ¿Cuantos machos llegan incluso a matar para ocultar su vergüenza? Y ojo, no quiero con esto justificar el travesticidio, sino simplemente marcar que para el resto del universo, estos tipos no son heterosexuales. ¿Tiene sentido que quienes habitamos los márgenes también los consideremos como un “otro”?
Yendo un poco más allá: crossdressers heterosexuales. O sea, varones cis atraídos sólo por mujeres que, por el motivo que sea, se montan con ropa femenina. También suele ser una actividad llevada adelante en cierto grado de clandestinidad. Y sobran historias de chicas que entran en un ciclo de culpa, purga de ropa, y vuelta a comprar.
Muchas veces el crossdressing es un paso anterior a encarar una transición. Una especie de “período de prueba” de un nuevo género. Pero aún en aquellos casos en los que no lo es, ¿tiene sentido clasificar a esa persona como “paqui”? Hablando desde lo estrictamente personal, mi orientación sexual me complicó muchísimo pensarme como algo distinto de un hombre. Me resultó muy difícil empezar a pensarme como lesbiana.
Finalmente, se me ocurre otro grupo: personas en estado de negación. No hablo necesariamente del closet ante el público, sino de personas enclosetadas hacia ellas mismas. Todes conocemos personas que declaran una cosa, pero con el cuerpo escriben otra. Tal vez tengan algún razonamiento más o menos comprable (como la curiosidad o la experimentación), o tal vez no. ¿Es paqui aquella persona que funcionalmente es parte de nuestra comunidad, pero no se asume parte de ella?
Tal vez el problema sea que tendemos a pensar a las identidades sexuales de manera binaria. De un lado tenemos al colectivo LGBTQ+, del otro la heteronorma. Pero tal vez sería más interesante plantear esta división desde la desigualdad. Por un lado, el culto de la pureza heterosexual. Del otro, quienes hemos sido expulsados de esa iglesia por quiénes nos sentimos atraídes, por cómo nos pensamos, por cómo nos vestimos, por cómo cogemos, por lo que somos.
Por estas cosas es que termino bancando la acepción moderna de paki, pero con reparos. Nuestras identidades son construcciones políticas. No creo que corresponda blandir un “putómetro” o “tortómetro” o “travómetro” para excluir a alguien por ser insuficientemente cuirnormativo. En otras palabras, no creo que haya gays pakis, sino que tal vez podríamos pensar que existen posibles heterosexualidades cuir. Y eso no significa ceder lugar a pakis sino dar cabida a quienes también han sufrido la expulsión del culto a la heterosexualidad, aún si se sienten parte de él.