Algo que suele sorprender a mucha gente hablante de lenguas europeas (como vos, que leés esto en castellano) es que en japonés y otras lenguas asiáticas haya una sola palabra para los colores azul y verde.
¿Quiere decir esto que para las personas de habla japonesa no hay diferencia entre el color del cielo y el del pasto? ¿Que podrían confundirse la bandera de Italia con la de Francia? ¿Que no distinguen la camiseta de Banfield de la de Talleres de Córdoba? ¿Se confundirán por el enfrentamiento entre pañuelos verdes y celestes?
La respuesta a todas estas preguntas es un rotundo NO: los ojos japoneses son biológicamente idénticos a los del resto de la humanidad, y por lo tanto las personas de esa nacionalidad perciben el mundo como cualquier otra persona. Sin embargo, consideran que el color azul y el verde son meramente tonos de un mismo color, llamado ao (青). De la misma manera que para la persona occidental media el carmesí y el bermellón son distintos tonos de rojo, para una persona japonesa el azul y el verde son distintos tonos de ao.
La pregunta sería, entonces, ¿qué es lo que determina que dos tonalidades sean colores diferentes o meramente distintos tonos de un mismo color? Mejor dicho ¿qué es un color, y cuántos son?
Empezando desde el principio: el color es una cualidad de la luz. Y la luz es una forma de radiación electromagnética, ondas de energía que se esparcen a través del espacio. Algunas de estas ondas son invisibles (como las ondas de radio, las microondas, o los rayos X), y a otras las podemos ver. La luz es, justamente, las ondas que nuestros ojos pueden percibir.
La diferencia entre las ondas que podemos ver y las que no está dada por la longitud de onda. O sea, cuánta distancia hay entre las oscilaciones de la onda:
Las longitudes de onda que el ojo humano puede ver son entre 380 y 740 nanómetros aproximadamente. En criollo, son ondas muy chiquitas. Eso es lo que se denomina “espectro visible”. Y así se ven todas las longitudes de onda del espectro visible.
Sí, el espectro visible es el arcoíris: el color rojo representa las ondas más largas que somos capaces de percibir, y el violeta las más cortas.
En el siglo XVII, el físico británico Sir Isaac Newton (sí, el mismo de la manzana y la gravedad) logró demostrar por qué se forman los arcoíris: la luz blanca que viene del sol contiene todos los colores, pero al chocar con un cuerpo transparente (como un prisma de vidrio, o las gotas de agua suspendidas en el aire después de la lluvia) los distintos colores se separan en diferentes direcciones.
Ante este descubrimiento, Newton creó su propia clasificación de los colores del arcoíris, porque si algo nos gusta a los seres humanos es inventar clasificaciones. En ese momento, solo seis de los colores del arcoíris tenían nombre en inglés o cualquier otro lenguaje europeo: Rojo, Naranja, Amarillo, Verde, Azul y Violeta. Pero para Newton había un problema: además de científico, Newton era un conocedor de alquimia y ocultismo, y creía que el número 7 representaba la totalidad del universo. Así que quiso crear una escala de 7 colores, de la misma manera que la escala musical más tradicional tiene 7 notas (Do, Re, Mi, Fa, Sol, La, Si). Decidió, entonces, inventar un nuevo color, y lo bautizó con el nombre de la tintura para telas de moda en ese momento: el Índigo, al que ubicó entre el azul y el violeta.
Pero no creo ser sólo yo quien jamás usa la palabra Índigo para referirse a cosas en la vida real. La mayoría de las personas hablamos de “azul oscuro”, o llegado el caso “azul profundo”. Newton era un genio de la física, pero un fracaso absoluto del marketing. ¿Por qué no eligió el turquesa? Personalmente no tengo dudas de que ese color sería muchísimo más útil, se diferencia bastante mejor del azul y el verde, sus dos vecinos.
Salvo, por supuesto, que hables japonés y entonces para vos sea tan ao como el azul y el verde.
En fin, ¿entonces cuántos colores tenemos? Lo cierto es que tenemos tantos colores como longitudes de ondas. O sea, son infinitos, sólo estamos limitados por nuestro vocabulario. Nuestra capacidad de reconocer colores tiene que ver más con nuestra capacidad de ponerles nombre que de una realidad física, ¿no?
Y de hecho, si miramos el arcoíris de la foto (o cualquier arcoíris en la vida real), veremos que los colores no están separados tajantemente como en un dibujo. De hecho, en los bordes se mezclan entre sí. Porque justamente por eso hablamos de espectro, las divisiones no son duras y absolutas, sino que hay transiciones graduales. Los límites de los colores son sumamente flexibles, así que lo que para Newton es índigo para mi tal vez sea sencillamente un azul más oscuro, y lo que para mi es turquesa para Newton sería un verde muy azulado.
Así en el arcoíris celestial como en la vida terrenal algunas cosas que creemos que son tajantemente separadas en realidad se superponen bastante. Y a la vez, hay cosas que existieron toda la vida, pero alguien tuvo que ponerles un nombre para que empezáramos a hablar de ellas.